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Con solo 15 años, un comodorense se animó a vivir y estudiar en Medio Oriente

A los 15 años, Iván Babiszenko dejó su casa en Comodoro Rivadavia para mudarse a Israel. Con raíces familiares en la comunidad judía, desde hace dos años forma parte de un programa de becas que le permite terminar el secundario en Medio Oriente. Entre estudios, permisos para salir del campus y la experiencia de convivir con la guerra, Iván cuenta cómo cambió su mirada sobre el mundo y sobre sí mismo.

En septiembre de 2023, Iván abrazó a su familia en el aeropuerto de Comodoro Rivadavia antes de subir a un avión. Tenía apenas 15 años; el destino era tan lejano como simbólico: Israel. Allí lo esperaban un nuevo idioma, otras costumbres y una vida que lo obligaría a madurar más rápido que muchos chicos de su edad. “No quería vivir toda mi vida en el mismo lugar. Me gusta conocer otras ciudades, otros países”, cuenta. Y agrega: “Cuando me dijeron que podía conocer Israel, me copó la idea. Es un país que simpatiza mucho con mi familia por nuestras raíces judías.”

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Gracias a una beca del programa Naale, Iván fue uno de los adolescentes argentinos seleccionados para cursar el secundario en un campus israelí. El programa incluye alojamiento, clases intensivas de hebreo y la oportunidad de una inmersión total en la cultura local. Pero antes, tuvo que rendir un examen para ser admitido.

LA VIDA EN HADASSIM 

Iván vive y estudia en Hadassim, una especie de internado ubicado en el centro de Israel, cerca de Tel Aviv. Allí, los días de clase van de domingo a jueves. Los fines de semana solo pueden salir quienes tienen una autorización formal para visitar a familiares o amigos. 

“Si te quedás en el alojamiento, se hace largo el día. De los 200 estudiantes, unos 180 se van y quedamos muy pocos. Tengo una Play, unas barras para hacer ejercicio, pero cuando no hay gente no hay mucho para hacer”, explica. Iván busca salir cada vez que puede: “Estoy tratando de conocer más el país. Pido permiso para ir a casas de amigos y así me dejan salir.”

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DIVERSIDAD EN MEDIO DEL CONFLICTO 

Israel es un país de contrastes. Por un lado, una sociedad multicultural que recibe migrantes de todo el mundo; por otro, un territorio marcado por el conflicto armado y la constante amenaza bélica. “Nos quieren conocer porque hay mucha inmigración. A los israelíes les interesa saber cómo son los argentinos, los brasileños. Y a nosotros nos gusta cómo son ellos”, relata Iván con naturalidad.

Sin embargo, también debió aprender a convivir con la tensión constante. En octubre de 2023, vivió por primera vez un ataque con misiles. “Eran las 6 de la mañana. Un amigo nos despertó diciendo que estaban tirando bombas. Pensamos que era una broma. Después nos dieron una charla: cuando suena la alarma tenés un minuto y quince segundos para llegar al búnker. Nos mostraron dónde estaban, nos hicieron limpiarlos. Ahí te das cuenta de que no es como en las películas.”

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Hoy, cuando se activa la alarma, Iván corre al búnker del mismo edificio donde vive. “Es como un sótano con sillones, comida, agua y una radio que avisa cuándo se puede salir. Por suerte, nunca tuvimos que estar mucho tiempo adentro.”

SOÑAR EN GRANDE 

A un año de terminar el secundario, Iván ya piensa en el futuro. Le atrae la idea de sumarse al ejército israelí, como hacen muchos jóvenes locales. Pero no por una cuestión política, sino por la experiencia de vida. “Más que nada iría por eso, por la experiencia. Me lo imagino como algo espectacular. Después podés decir: ‘Yo estuve en el ejército de Israel’. Suena fuerte, pero también interesante”, dice con entusiasmo.

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La historia de Iván es la de un adolescente que eligió dejar lo conocido para buscar algo más. No solo otro idioma u otra escuela, sino una forma distinta de ver el mundo y su lugar en él. En un contexto marcado por la guerra, la lejanía y el desarraigo, Iván encontró una manera de crecer. Entre permisos para salir del campus, clases de hebreo y sirenas que interrumpen la rutina, este comodorense confirma que animarse a lo desconocido es, muchas veces, el primer paso para madurar.

Como Iván, cada comodorense por el mundo lleva consigo un pedacito de su tierra y, al mismo tiempo, nos enseña que el mundo puede ser mucho más grande de lo que imaginamos.

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