La Cultura del Barrio, el club que milita contra la xenofobia, el racismo y machismo
Más de 120 peleadores pasan por el ring durante la extensa jornada. Sin determinar ganadores, las peleas sirven para acumular experiencia y poner en práctica la gimnasia de la observación y los artilugios defensivos y ofensivos del boxeo.
“Boxeo es compromiso”, se lee en el ring del gimnasio de La Cultura del Barrio, el club que milita contra la xenofobia, el racismo y machismo, desde su sede en Villa Crespo, hace más de 14 años. Es sábado a la tarde y en esta ocasión, no hay gente dando puñetazos a bolsas que cuelgan del techo ni saltando sogas ni entrenando. La concurrencia es más variopinta. Se divide entre familiares, amigos y entrenadores que acompañan a jóvenes que llegan en representación de otros clubes para participar de las exhibiciones que se organizan todos los años en esta casa pugilística.
El certamen comienza temprano –11 de la mañana– y finaliza cerca de las 22 horas. Más de 120 peleadores pasan por el ring de La Cultura del barrio. Sin determinar ganadores –en estos encuentros se prioriza la acumulación de experiencia para el futuro– lo que se ve son los primeros pasos de pibes y pibas que ensayan la destreza de acercarse y alejarse, que ponen en práctica la gimnasia de la observación, y distintos artilugios defensivos y de ataque. “Laburá con el jab”, dice uno de los entrenadores, mientras se escuchan las respiraciones agitadas de peleadores amateurs devorados por la adrenalina del cuadrilátero.
“Lo principal de estos certámenes es fogonear a los pibes y pibas con sus primeras presentaciones”, explica Bruno Szerman a Página 12, en su rol de socio fundador de La Cultura del Barrio, director deportivo y profesor de boxeo. “Algunos tienen pocas peleas y con esto lo que buscamos es que generen experiencia al momento de sacar la licencia para pelear. Ese es uno de los objetivos. El otro es económico. Cuando hacemos los festivales, viene un montón de gente y los fondos los usamos para mantener este espacio que es muy costoso”.
A lo largo de las 63 peleas de la jornada, más allá de las habilidades y la calidad de los niveles técnicos, algo que fluctúa, se esparce un semillero de sueños con las manos enguantadas que busca escabullirse del perverso guion de “esto no es para vos”, “no vas a poder”, o “no naciste para esto”. El saludo entre rivales, con los entrenadores, el cuidado por el otro, indica que la formación en este deporte –o al menos acá se hace hincapié en esto– no prioriza su éxito en el nocaut, sino en la construcción de la persona y el fomento de la constancia. Y eso se narra desde el gimnasio al ring.
“El gym es una escuela de moralidad… una máquina de fabricar el espíritu de la disciplina, la vinculación al grupo, el respeto tanto por los demás como por uno mismo y la autonomía de la voluntad, aspectos indispensables para el desarrollo de la vocación pugilística”, anotó Loic Waqcuant en su libro Entre las cuerdas. Cuadernos de un aprendiz de boxeador.
La tarde agota su paleta de colores, las luces artificiales de la calle anuncian el arribo de un nuevo vuelo nocturno. El festival llega a su fin. Cuerpos transpirados, caras con raspones y la complicidad de protagonistas que regresan a sus casas con los primeros aromas de combate y peligro. El balance, además de la cantidad de golpes acertados y defendidos, se mide en las sonrisas por la posibilidad de participar y ser parte de un universo en el que se asume una tierra de diferentes oportunidades.
“Recibe a personas de distintas partes y trayectos de vida, pero con un punto en común: el derecho a la salud a través del deporte y tener un espacio de encuentro para relacionarse. En esta época en la que parece todo tan quebrado y roto por el individualismo, y las redes sociales, que cada vez hacen que estés más en tu casa que afuera, el gimnasio de boxeo y/o club de barrio, viene a oponerse a todo eso para seguir construyendo desde lo colectivo”, dice Szerman.